La brasa alumbraba en penumbra, la figura de
una familia que se calentaba alrededor del fuego, en una fría noche de invierno.
Todos estaban escuchando absortos, los relatos que al abuelo le encantaba
narrar sobre las historias de lobos: “fue
durante el año del hambre, cuando llegaron hasta el centro del pueblo en busca
de comida y desde nuestra casa, escuchábamos el angustioso aullido que emitían
en la puerta de la carnicería”.
También contaba el anciano: “en un atardecer, subía mi bisabuelo desde
Calanda, por el entonces frondoso pinar del Convento y le salió a su encuentro
una manada de lobos, que le siguieron
apostados junto a la orilla del camino, hasta que varios de ellos se
abalanzaron a las patas del caballo que los repelió a coces y por su rápido
galope se pudo poner a salvo. Pero debido al susto, en sus sueños, la pesadilla
volvía de nuevo cada noche y él, aullaba en su angustia”.
Hay muchas otras historias de lobos, como la
del lobo blanco de Peñarroya donde la leyenda dice: “que en 1835, merodeaba por los pueblos de los puertos de Beceite esta
fiera, que penetraba en los cementerios de los pueblos, donde desenterraba a
los cadáveres y también atacaba a los jóvenes”. Estos relatos, hicieron que
los lobos fueran odiados por la sociedad de la época. Así las encontramos de
malos en los cuentos de niños ó en obras de teatro, con el hombre lobo como
protagonista.
Toda esta animadversión llevó a realizar batidas para matarlos,
siendo autorizadas por los gobernantes. Era tal el terror que producían, que
cuando los cazaban, sus cuerpos eran paseados por los pueblos de la Comarca y
las gentes les daban dinero, matancía o productos de la huerta, para
agradecerles el haberlos abatido. Dice la tradición oral, que el último lobo
del Bajo Aragón, lo cazó el belmontino
Juan Pío Membrado.
Pero de nuevo, el país se ha repoblado de
lobos, pero esta vez, hambrientos de poder y de avaricia por el dinero. Estos
depredadores, se han sabido camuflar con “pieles de cordero” en el hermoso y crédulo
campo de la democracia, para aprovecharse de su cargo político en beneficio
propio y de sus amigos. Luego estos malvados sátrapas, regresan a los bosques
de la soberbia, donde se jactan sin rubor de la presa que han hecho. Lastima que
no apareciese por allí el regeneracionista Juan Pio, para darles una lección de
cómo se trata con el “Porvenir de un Pueblo”.