domingo, 17 de febrero de 2013

TIERRA DE LOBOS



La brasa alumbraba en penumbra, la figura de una familia que se calentaba alrededor del fuego, en una fría noche de invierno. Todos estaban escuchando absortos, los relatos que al abuelo le encantaba narrar sobre las historias de lobos: “fue durante el año del hambre, cuando llegaron hasta el centro del pueblo en busca de comida y desde nuestra casa, escuchábamos el angustioso aullido que emitían en la puerta de la carnicería”. 

También contaba el anciano: “en un atardecer, subía mi bisabuelo desde Calanda, por el entonces frondoso pinar del Convento y le salió a su encuentro una manada de lobos, que  le siguieron apostados junto a la orilla del camino, hasta que varios de ellos se abalanzaron a las patas del caballo que los repelió a coces y por su rápido galope se pudo poner a salvo. Pero debido al susto, en sus sueños, la pesadilla volvía de nuevo cada noche y él, aullaba en su angustia”.

Hay muchas otras historias de lobos, como la del lobo blanco de Peñarroya donde la leyenda dice: “que en 1835, merodeaba por los pueblos de los puertos de Beceite esta fiera, que penetraba en los cementerios de los pueblos, donde desenterraba a los cadáveres y también atacaba a los jóvenes”. Estos relatos, hicieron que los lobos fueran odiados por la sociedad de la época. Así las encontramos de malos en los cuentos de niños ó en obras de teatro, con el hombre lobo como protagonista.

Toda esta animadversión llevó a realizar batidas para matarlos, siendo autorizadas por los gobernantes. Era tal el terror que producían, que cuando los cazaban, sus cuerpos eran paseados por los pueblos de la Comarca y las gentes les daban dinero, matancía o productos de la huerta, para agradecerles el haberlos abatido. Dice la tradición oral, que el último lobo del Bajo Aragón, lo cazó el belmontino  Juan Pío Membrado.

Pero de nuevo, el país se ha repoblado de lobos, pero esta vez, hambrientos de poder y de avaricia por el dinero. Estos depredadores, se han sabido camuflar con “pieles de cordero” en el hermoso y crédulo campo de la democracia, para aprovecharse de su cargo político en beneficio propio y de sus amigos. Luego estos malvados sátrapas, regresan a los bosques de la soberbia, donde se jactan sin rubor de la presa que han hecho. Lastima que no apareciese por allí el regeneracionista Juan Pio, para darles una lección de cómo se trata con el “Porvenir de un Pueblo”.