El redoble del tambor pronuncia
su sonido suave al aire, marcando el comienzo de la pieza musical clásica. Los
violines le apoyan en una casi imperceptible melodía, dando entrada a la flauta
que modula el ritmo de lo que será, la base musical de la obra.
Mientras espero la entrada del
clarinete, me dejo llevar por la partitura inspirada en la música española,
cuya frecuencia sonora relaja el ánimo. En el tiempo musical van apareciendo
sucesivamente nuevos instrumentos que incrementan el volumen del bolero,
aportando a la calma inicial, un espíritu de dura marcha, donde la imaginación
te traslada hacía un camino largo lleno de dificultades y en el que vas
avanzando con un pesado pero constante caminar, dulcificado por la maravillosa
música.
Las características inspiradoras
de la sinfonía, parecen marcar con su cadencia, el mismo ritmo social que
actualmente vivimos; donde a una persona inicialmente comprometida, que aporta
sus propios valores, sus
sentimientos, sus ideales y sus actos, se le van
añadiendo a través del “tempo”, nuevos compañeros que tienen la misma melodía rítmica
que él. Juntos a éstos y otros nuevos que irán apareciendo, se va articulando
la orquesta que toca en pro de la sociedad, cuyos “músicos” quieren
interpretarla con la mayor sensibilidad, para que las notas de los instrumentos
que cada uno hace sonar, aporten al resto del auditorio público que les
acompaña, el bienestar, la solución a sus problemas, la esperanza y la
felicidad.
Estos intérpretes son las
plataformas sociales y agrupaciones humanitarias, que cada día están en “crecendo”
y tratan de auxiliar a todos aquellos sufren, por culpa de la partitura oficial del
“bolero de Ra-joy”, que tiene una tonalidad demasiado aguda, demasiado grave, llegando
a unos niveles de estridencia que aturden.
Y lo peor de esta obra inacabada,
es que se va repitiendo con un “ritornello” cada vez más “fortíssimo”. Esperemos
que su política económica y social acabe como la composición de Maurice Ravel,
con un estruendoso derrumbe total.