Delante de mi mirada anhelante, diviso en la lontananza, una emergente chimenea de la que emana una línea de humo que sesga el cielo, indicándome que la dirección hacía el Este en la que circula mi coche es la correcta. En la aceleración que motiva el regreso, voy observando a través del cristal de la expectación, como van pasando raudos los campos ahora muy verdes, con la esperanza de vislumbrar cuanto antes la espesura de los árboles, que parecen decir: “ya estás llegando a la tierra del Bajo Aragón”.
Entonces veo en el reflejo del
agua tranquila de la Estanca, posada a los pies del tambor que no suena, como
se desliza hacía el fondo la imagen de nuestra historia, simbolizada por el
castillo de Alcañiz. Ya estoy en esa tierra labrada con la impronta de las
Ordenes Militares de Calatrava y de San Juan, cuyos surcos son visibles en
todos sus pueblos; estoy en esta tierra, forjada a través de duras batallas por
buscar su propia libertad; libertad que florece en sus olivos, sus almendros y sus
melocotoneros, que amamantan sus campos con aguas de vida de un río llamado Guadalope,
que es madre de otros. Unos ríos sinuosos que se abren paso a través de audaces
montañas, que son serviles del todopoderoso Maestrazgo, y por donde pasean desinhibidas, entre la frondosidad de sus bosques, la belleza, la sensibilidad y la armonía.
Esta noble
naturaleza convive de manera equilibrada con la naturaleza de sus gentes;
personas de carácter generoso, personas trabajadoras,
personas sencillas, pero sobre todo, buenas y afables personas.
Pero en
este marco incomparable, la vida sigue avanzando ahora a golpe de bombo:
preocupada por el negro futuro del carbón, inquieta porque ya no ruge el motor
de la construcción, desilusionada por la falta de infraestructuras, movilizada
contra los recortes y risueña ante el Lapao.
Pero
ante tantas dificultades, siempre aparece la “persona”, que de manera
individual o colectiva hace primar su ingenio, su capacidad, su inquietud y su
esfuerzo, para seguir avanzando en el desarrollo social de la cultura, del
deporte o del tejido empresarial. Por todo ello, es muy loable que se concedan
unos premios anuales a los mejores bajoaragoneses en esos ámbitos.
Vaya
por delante mi enhorabuena particular a todos los seleccionados, para que su
ejemplo redunde en el ánimo de todos aquellos que esperan un futuro mejor.
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