El abuelo se encontraba con la
cabeza caída, apoyada sobre sus rugosas manos, su figura inmóvil parecía que
estaba empujando sus sentidos hacia al fuego que le calentaba, en la sombra del
hogar. El que lo viese desde la distancia, creería que estaba adorando esa
llama que hacía hervir el puchero, sujeto con las trébedes.
Allí sentado en su dulce
recogimiento, sintió los arpegios que interpretaba la música de su guitarra,
cuando daba entrada a la jota, que cantaba bajo el balcón de su amada. Luego
oyó en los confines de su imaginación, el sonido del aire cuando se arrastra
sobre el borde de la chimenea y comprendió, que por fin habían venido los
gamusins.
Al verse descubiertos, estos
pequeños entes imaginarios, de carácter travieso y extrovertido, a la vez que
tiernos y divertidos, bajaron veloces hacía el fogón, a través del conducto que
conduce la emoción de los sentimientos y entraron raudos en el habitáculo de la
cocina, desde allí, se dirigieron a todas las casas vecinas, impregnando con su
aura mágica a los que creen en los encantamientos.
Con sus alas invisibles que
perciben el sufrimiento, con sus ojos que pueden contemplar las necesidades y
con sus oídos que escuchan las angustias; este ejercito de seres intuitivos, que
deslumbran con la intensa luz de la felicidad, se arremolinaron junto a los
problemas de la gente, con la finalidad de ayudarles a resolverlos.
Entonces fue, cuando con sus
brillantes colores cargados de ilusión y esperanza, se enfrentaron a la
realidad diaria y fueron capaces de crear movimientos para incentivar a los
parados, lanzaron sensaciones de paz a los que siempre están en guerra,
hicieron fermentar la masa de la solidaridad entre todos los pueblos,
insuflaron aire al rescoldo del amor de los que no aman, pusieron honradez a
los que engañan y sabiduría a los que nos gobiernan.
Poco a poco, la manos del abuelo
se despegaron de su cara, entonces contempló absorto que de las huellas de sus
manos emanaba confianza, que el fuego se avivaba con la leña de la alegría, que
las trébedes soportaban con fuerza el peso de la economía familiar y cuando fue
a levantar la tapa del puchero que contenía las necesidades de las personas,
descubrió, que ahora todas estaban cubiertas.
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