En
la fragilidad idealista de la juventud, donde la quimera por ir en contra de
aquello que era prohibitivo de libertad, escuchábamos canciones del añorado
Labordeta, nos emocionábamos con la lucha de Víctor Jara y cantábamos las letras
de Paco Ibáñez. Recuerdo especialmente una del poeta Blas de Otero, donde se da
cuenta que “su voz se ha perdido entre la maleza, pero le queda la palabra”.
Aprovechando
el texto de esta poesía, podemos decir que en estos tiempos difíciles la “maleza”
trata de nuevo de ocultar los valores que durante todos estos años de lucha
obrera contra el poder se han conseguido, y para no redrar en nuestros logros,
tenemos que usar la palabra como arma de futuro para no dejarles que lleguen a
destruir el estado del bienestar de los trabajadores.
La
palabra tiene la magia de su relato, la sensibilidad de escucharla; en ella debe
estar la esencia de lo verdadero con el imperativo de la justicia para todos. Cuando
se pronuncia la palabra, debe desprender el aroma de la igualdad, cuando
escribimos con la palabra, debe expresar un compromiso con la sociedad; en si la
palabra debe ser un grito hacia el cielo, pero sobre todo la palabra debe ser: “un
acto en la tierra”.
Esas
palabras que surgen desde el interior de uno mismo, que modula vertiginosamente
nuestra propia ley, a las que les da forma las cuerdas de la rabia y salen al
aire con la pena de la incomprensión, no podemos permitir que el viento se las
lleve hasta aquellos lugares remotos donde su reverberación las convierta en un
eco que se diluya en el tiempo. Porque la palabra hay que utilizarla hasta convertirla
en una voz sólida, coherente, con impronta y seriedad, para después unirla a
muchas otras voces nacidas también de esas palabras y que juntas, tengan la
suficiente fuerza para que hagan volver a la política a la senda del progreso
social.
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