sábado, 5 de enero de 2013

LA CONCORDIA, UN CUENTO DE NAVIDAD


Erase una vez un país gobernado por un caballero oscuro de triste figura que deambulaba orgulloso por su reino quitando la alegría a sus súbditos. A esta labor le ayudaban sus ministros que le iban informando donde había gente feliz y él, en su lúgubre prepotencia, dictaba leyes para eliminar todo aquello que producía bienestar.

El pueblo cada vez estaba más afligido, se percibía en su mirada triste, en su alma angustiada, en su decadente expresión, fiel reflejo de la impotencia y en sus tranquilos actos, marcados por una apacible rebeldía.  Y llegó el invierno, donde la oscuridad se come la luz de la debilidad, y con él la Navidad. Allí sentado sobre el escritorio del pensamiento, alguien pidió a la carta de los buenos deseos que su juntasen todos los genios de la imaginación para ayudarles.

Cuando se recibió la misiva en el aura de la fantasía, se convocó a todos en el castillo de la Concordia. Hasta allí llegó desde los países nórdicos, papa Noel; de Centro Europa, San Nicolás; de Oriente, los Reyes Magos, como asesores estaban los elfos, los duendes y los pajes, y por último vino el “esperado” Kris Kringle desde Alemania.

La expectación que levantó el evento fue máxima, vinieron periodistas de todo el mundo, el acto se retransmitía por internet y los comentarios de cada asistente se colgaban en su twitter. Las propuestas surgían en el interior en un ambiente de ensueño, y mientras  en el exterior, John Lennon interpretaba la canción de “Imagine”.

La primera conclusión a la que llegaron fue que todos ellos podían aportar magia, ilusión y esperanza, pero que las necesidades humanas eran mayores, por lo que decidieron solicitar ayuda al Cielo.

Desde allí les mandaron a Charles Chaplin, que aportó alegría, a Gandhi que trajo la paz, a la madre Teresa de Calcuta que envió el amor, a Einstein que aportó futuro, también vino Henry Ford que dio puestos de trabajo, Miguel Angel, ofreció la belleza, Edison puso la creatividad y Sigmund Freud ayudó a la comprensión.


El manifiesto final lo redactó Charles Dickens y fue enviado al gobierno con la obligación de que aplicasen el memorándum. Las indicaciones fueron tan buenas que  pronto la alegría llamó a la puerta de la sonrisa, la voz silenció al grito y la felicidad se puso tan de moda, que se vaciaron todos los almacenes de los sueños. 


                                                             FELIZ AÑO 2013

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