miércoles, 22 de octubre de 2014

EL MASICO



Si hay motivos culturales que se reconocen en la ciudad de Alcañiz, serían por antonomasia: su devoción a la Semana Santa, su afición por el deporte del motor y la ilusión por tener un masico.

Al masico, se le podría definir en primer lugar como algo especial y particular, porque cada familia lo va construyendo en función de sus necesidades, en función de sus posibilidades y en función del lugar donde se encuentra.

Un masico, supone la libertad, porque le otorga a sus dueños la posibilidad de salir del cemento y enmascararse a solas con la naturaleza; un masico, añade valor a la calidad de vida de sus propietarios,
porque se entregan y saben disfrutar de él en sus ratos de ocio o en su jubilación; un masico, se ama porque se crea y modela según la personalidad de sus dueños.

Los podemos encontrar de toda clase de arquitectura, desde urbana, rustica, modernista o aquellos “que están a mitad de hacer”. Los hay, que rinden culto a los olivos, otros se inclinan sobre el rio, están los que abrigan a sus caballos y otros que se ocultan sobre las cepas, pero la mayoría se asientan junto al frescor del huerto.

Hace unos días, tuve el privilegio de ir a uno de ellos, donde su valla de entrada siempre está abierta, como aviso de lo que dentro te van entregan, que no es otra cosa, que la apertura de su amistad. Allí, lo primero que te encuentras al llegar es la belleza de una enorme palmera, que nos enseña en su contemplación, como a un tronco fuerte, se van sujetando sobre su espalda todas las ramas que ha producido, como diciéndonos a los que en su cobijo estábamos, que lo importante en la vida, es la fortaleza de todo aquello que es sólido y está consolidado, como es la familia o como puede ser el Estado. Porque sobre una fuerte base, como su tronco, junto a una unión, como la de sus ramas, es más fácil salir de las dificultades y siempre será un buen lugar, donde todos se puedan cobijar solidariamente.

Después, en el fragor de la comida, donde la unión y el deseo se hacen uno, se debatió, como si de tertulia televisiva se tratase, los resultados poselectorales. En el primero plato salió el entremés de moda con Podemos y le siguió la situación en que se sitúan los dos partidos mayoritarios.

Pero la conclusión del debate nos la ofreció Mari, cuando nos puso el segundo plato, ¡nada menos que ternasco con patatas a lo pobre!, cocinado en el horno de leña que le hizo Joaquín en el masico. Entonces se dictaminó que, la vida política debe ser siempre como este suculento plato: donde el ternasco, debe ser el gobierno, que siendo el más “rico”, tiene que saber dar todos sus recursos a las pobres patatas, que son en este caso, el pueblo, para entregarles a ellos todo lo que necesitan y hacerlas más sabrosas y soberanas, que la propia carne.

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