Al son de la caracola, se
congregaron en la plaza de la iglesia todos los mozos del pueblo, a los que se
unieron alguna que otra persona mayor, para ir juntos a buscar “la tronca”, que
debería arder durante los días de la fiesta de san Blas.
Con jotas al aire, con ilusión
desmedida y con el impulso de la costumbre, fueron avanzando hasta “la
carrasqueta” donde debían arrancan la raíz de una inmensa carrasca, que había
servido el año anterior, para hacer la prensa de la familia Serrano, cuyos
vinos, muchos de ellos, ya habían saboreado en la gran bodega que se encontraba
en el subsuelo de la casa y entre chistes y chascarrillos recordaban: ¡lo que
les había costado alguno de estos jóvenes volver a levantar el portalón!,
después de catar los vinos, que escondían las cubas, donde se almacenaban esos
caldos tan suculentos que había producido la fuerza de la madera, al apretar
con potencia la uva garnacha.
Cuando llegaron, lo más difícil
no fue el sacar “la tronca” del suelo, fue llevar su pesada carga hasta la
plaza donde debía arder. Pero entre el empuje que produce la juventud, los
consejos que aportaron los mayores y sobre todo, el “rosec” -o tabla sobre
ruedas de carrasca-, que arrastraba la caballería del tío Dominget, hicieron
posible la hazaña.
Los que lo recuerdan, cuentan
que: al rodar “la tronca” cuando la iban a trasportar, una de sus raíces cogió
por “la banda” –o faja que llevaban prieta a
la cintura- y al girarse, levantó al tío Tereniña por los aires: “y
menos mal que no rodó más, porque si no, lo aplasta”. También mencionan que:
fue un acto de ingeniería el poder entrarla en la plaza, pues no cabía por la
calle, dado su enorme tamaño; pero lo que mejor comentan es que: ¡ardió durante
tres días seguidos!, calentando con su fuego a todos los devotos vecinos de
Cañada, que honraban con esta tradición a su santo patrono.
¿Cuantas historias y anécdotas
como ésta, habrán ocurrido alrededor de esta costumbre invernal que se lleva
celebrando desde tiempos ancestrales? Y esa misma costumbre, tradición y
vivencias que se debe extrapolar a muchos de los pueblos de nuestro Bajo Aragón.
Es por ello hermoso, el poder
contemplar como año tras año, el fuego de las hogueras se aposenta en las plaza
de nuestros pueblos, como su gente gira a su alrededor empujados por el
espíritu de la dulzaina, como el calor que emana los aparta de él y como al
final, su lumbre los acerca para alimentarlos.
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