martes, 28 de abril de 2015

LA TRONCA


Al son de la caracola, se congregaron en la plaza de la iglesia todos los mozos del pueblo, a los que se unieron alguna que otra persona mayor, para ir juntos a buscar “la tronca”, que debería arder durante los días de la fiesta de san Blas.

Con jotas al aire, con ilusión desmedida y con el impulso de la costumbre, fueron avanzando hasta “la carrasqueta” donde debían arrancan la raíz de una inmensa carrasca, que había servido el año anterior, para hacer la prensa de la familia Serrano, cuyos vinos, muchos de ellos, ya habían saboreado en la gran bodega que se encontraba en el subsuelo de la casa y entre chistes y chascarrillos recordaban: ¡lo que les había costado alguno de estos jóvenes volver a levantar el portalón!, después de catar los vinos, que escondían las cubas, donde se almacenaban esos caldos tan suculentos que había producido la fuerza de la madera, al apretar con potencia la uva garnacha.

Cuando llegaron, lo más difícil no fue el sacar “la tronca” del suelo, fue llevar su pesada carga hasta la plaza donde debía arder. Pero entre el empuje que produce la juventud, los consejos que aportaron los mayores y sobre todo, el “rosec” -o tabla sobre ruedas de carrasca-, que arrastraba la caballería del tío Dominget, hicieron posible la hazaña.

Los que lo recuerdan, cuentan que: al rodar “la tronca” cuando la iban a trasportar, una de sus raíces cogió por “la banda” –o faja que llevaban prieta a  la cintura- y al girarse, levantó al tío Tereniña por los aires: “y menos mal que no rodó más, porque si no, lo aplasta”. También mencionan que: fue un acto de ingeniería el poder entrarla en la plaza, pues no cabía por la calle, dado su enorme tamaño; pero lo que mejor comentan es que: ¡ardió durante tres días seguidos!, calentando con su fuego a todos los devotos vecinos de Cañada, que honraban con esta tradición a su santo patrono.

¿Cuantas historias y anécdotas como ésta, habrán ocurrido alrededor de esta costumbre invernal que se lleva celebrando desde tiempos ancestrales? Y esa misma costumbre, tradición y vivencias que se debe extrapolar a muchos de los pueblos de nuestro Bajo Aragón.


Es por ello hermoso, el poder contemplar como año tras año, el fuego de las hogueras se aposenta en las plaza de nuestros pueblos, como su gente gira a su alrededor empujados por el espíritu de la dulzaina, como el calor que emana los aparta de él y como al final, su lumbre los acerca para alimentarlos.

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