En una noche de sábado, recogidos
ante el primer calor que nos ofrecía la nueva estufa de leña, encontramos
apoyados sobre la mesa, un grupo de platos que presentaban la deliciosa cena
que íbamos a compartir con nuestros amigos.
Los invitados se fueron
acomodando sobre los lugares preestablecidos en ocasiones anteriores y después
de colocar las copas, se escanció el vino, que fue la señal de partida para
comenzar la charla, el debate y las opiniones encontradas, cuyo único moderador
era, la aparición de un nuevo plato, el cual, una vez degustado, se realizaba
una valoración por parte de todos y es allí donde los gustos variaban, al igual
que la discusión que lo precedía.
Luego, entre el calor que nos
daba el fuego, el calor que aportaba el vino y el calor que se produce cuando
la realidad de uno se crispa con la verdad del otro, la temperatura del
ambiente se caldeó de tal manera, que fue necesaria la aparición del plato de
postre y las sugerencias del café, para serenar la amistosa disputa.
Este planteamiento tan habitual
en nuestra vida cotidiana, que es reconocible por cualquiera, es el que
nos encontramos encima de la “mesa” de los “platós” de televisión, tanto en los del plano político, como en los del corazón. Allí, unos apuestan por la Pantoja o por la duquesa y otros por Pablo Iglesias o el pequeño Nicolás, todos ellos, los adalides actuales de la “parrilla” televisiva.
nos encontramos encima de la “mesa” de los “platós” de televisión, tanto en los del plano político, como en los del corazón. Allí, unos apuestan por la Pantoja o por la duquesa y otros por Pablo Iglesias o el pequeño Nicolás, todos ellos, los adalides actuales de la “parrilla” televisiva.
Y dada su influencia, reflejada
en los resultados electorales, los partidos políticos llevan a sus mejores
interlocutores para que la ciudadanía conozca los planteamientos de sus
programas, ya que de esta manera llegan mejor que en las tediosas sesiones
parlamentarias, además de amenizarnos con lecciones magistrales de economía
rápida y con el entrenamiento, de aquel que rivaliza de manera altanera con el
del sillón de enfrente.
Y es que en el fondo de nuestra
cultura hispánica nos va todavía lo del Corral de la Pacheca: no me
deja hablar, no me interrumpa que yo no lo he hecho, yo no he dicho eso, sus palabras le van a costar una querella.
deja hablar, no me interrumpa que yo no lo he hecho, yo no he dicho eso, sus palabras le van a costar una querella.
Todo lo daremos por bueno, si de
esta forma llegamos a estar bien informados políticamente por parte de los
comparecientes en estos “platós” y que ello sirva para que nos clarifiquen bien
las ideas que debatimos con nuestros amigos entre, “plato y plato”.
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